martes, 10 de enero de 2023

Verdaguer

        Clara y Carlos son, muy posiblemente, la pareja más patosa que he conocido. Hará un par de años, tal vez un poco más, que surgió entre ambos esa química que puede llamarse amor. No fue una cosa instantánea. Los primeros meses se ignoraban. Aquello que uno ni sabe que el otro existe.

Hasta que una tarde tonta, no puedo recordar si Carlos o Clara, pero fue uno de los dos que comentó algo que encendió la chispa. Y allí, irracionalmente, como ocurren las cosas hermosas, empezó todo.

Aunque, decir “todo” o “empezó” tal vez es una exageración. Se enamoraron, pero hasta ahora no han encontrado la forma de decírselo. Y así les va. 

Ambos, tienen ya su vida más o menos organizada. No es estupenda, pero si suficientemente cómoda.

Trabajan juntos. En una gestoría del paseo de Sant Joan.

Comparten alguna confidencia superficial, otras que no lo son tanto y se ayudan en las tareas de la oficina… pero fuera de ahí no saben muy bien como deben tratarse. Nadie que les vea juntos pensará jamas lo locos que están el uno por el otro. En público, prácticamente ni se saludan y son incapaces de cruzar más de dos frases seguidas. 

Un día coincidieron en una cena con un grupo de gente. Lo normal es que intentaran sentarse, si no juntos, si lo más cerca el uno del otro. Pues no, cada uno en un extremo de la mesa.

Otra vez, quedaron –¡milagro!– para ir a ver una exposición. Se armaron tal lío con los horarios que cuando Clara llegó, Carlos ya la había visto y revisto. Y, en vez de repetir con ella, decidió marchar para acabar de aprovechar la tarde por su cuenta.

Parece que tienen miedo que no les vaya demasiado bien si están más juntos. Que si se dan la mano ya no puedan soltarse. Miedo a dejar atrás una vida con la que se sienten medianamente bien. Y que, seguro, tendrían que dinamitar.