En el Principe de Viana no son demasiado escrupulosos con las ausencias.
Algunos chicos retrasan el regreso tras el descanso de media mañana. Como saben que no les van a dejar entrar a la mitad de una clase, esperan a que empiece la siguiente.
La pareja ha ido a tomar el bocadillo al mirador desde el que se ve el escudo de la Pegaso, labrado en el suelo.
Si mis padres se enteran de que somos novios, me arman un bollo que no veas.
–¿Porque soy musulmán?
–Moro dicen ellos. Odian a los moros. En realidad a todos los extranjeros. Pero a los moros más.
–¿Son muy fachas?
–Fachas del todo. Mi padre es el típico que llegó de pequeño de Andalucía. Pero el no era emigrante. El no. ¡Que va! Solo hay una España. Un enamorado del Aznar. Por mucha mierda que tenga el PP, el no la ve. Siempre les vota.
–¿Y tu madre?
–Bueno… Típica catalana. De toda la vida. Nunca me lo han querido decir, pero creo que se casaron porque estaba embarazada de mi. Nací seis meses después… Poco amor. Están discutiendo todo el día. Pero no se separan. Ella dice que no es racista. Pero, a mi padre, termina siempre llamándole charnego. Tu verás.
–Joder.
–¿Y tus padres? ¿Les parecería bien que salgamos?
–Ellos esperan que me case con una chica marroquí, hija de alguno de sus amigos. Ya le han pegado el ojo a alguna. Me van soltando indirectas.
–Pues estamos apañados.
–Tampoco vamos a decir nada… Al menos por ahora.
–Mohamed, me siento tan bien junto a ti.
El toma su mano y la lleva a sus labios. Solo acaricia. Sin besar. Apoya el rostro en su pecho para sentir el latido de su corazón.
–Te amo, Gabriel.